“Pregúntate por qué no te aman apasionadamente o mejor pregúntate por qué no amas tú apasionadamente”
Durante el último año cogía el tren Barcelona – València una vez cada quince días. Su trabajo como consultora la obligaba a visitar al Cliente regularmente para finalizar el proyecto que ella lideraba. Era una excelente matemática e ingeniera. Acostumbrada a lidiar con ejecutivos que decían saber más que ella del negocio, pero que por lo general eran reacios a los cambios propuestos, a pesar de las mejoras evidentes que suponían para la organización e incluso para ellos mismos. Sin embargo, sabía que cuando tenía éxito era porque había conseguido que los directivos descubrieran cuál era el alma de su empresa.
Su aspecto era por lo general conservador. Vestía casi siempre con trajes chaqueta de tonos oscuros y pocas veces se permitía complementarlos con algún pañuelo o joya que destacaran de forma especial. Cuidaba su cuerpo estilizado con un entrenamiento regular, le gustaba salir a correr dos o tres veces por semana. Ejercicio que combinaba con un tratamiento corporal a base de algas y aceites que daban a su piel una textura de terciopelo y un aspecto juvenil a sus treinta y pocos años. Los ojos del color de la miel y una media melena trigueña y lisa la dotaban de una belleza especial.
Sin embargo, su interior era un ansia constante. No había encontrado el amor que idealizaba desde niña. Entre libros y proyectos su vida pasaba rauda, sin pasión alguna.
Él, se sentó delante suyo. Compartían asiento uno enfrente del otro, al lado de la ventana, separados por esas mesas que se doblan y que hoy son muy prácticas para trabajar con los portátiles.
Los viajes en tren tienen ese halo de romanticismo. Parece como si los amores nacidos en un tren viajaran por raíles de tiempo con un sentido único… el amor. Lo que no sabes nunca es en qué estación subirá esa persona que te acompañará para siempre en el viaje.
Se fijó de reojo en el hombre. Aparentaba unos cuarenta años. Moreno, de rostro interesante más que atractivo, aunque con un ligero sobrepeso para su gusto. Un traje diplomático a rayas azul marino y una corbata de color naranja, le daban un aspecto de típico ejecutivo agresivo, pensó ella, de esos que son puro materialismo y que apenas piensan en otra cosa que no sea en su propio beneficio. El hombre sacó de su maletín unos documentos, los miró con cierto desdén y los guardó inmediatamente.
Pero lo que pasó a continuación fue lo que realmente captó su atención. El hombre había sacado un libro. Ahora su visión era la portada y contraportada de ese libro. Su libro. El libro que la había hecho soñar como ningún otro en el amor y en el desamor. Era su libro de cabecera del último año y siempre había pensado que el hombre que leyera aquel libro con pasión sería el hombre con el que le gustaría hacer un viaje en el tren del amor. “De los amores negados”, de la escritora colombiana Ángela Becerra, era su Biblia particular en materia de amor. De hecho, lo había leído y releído tantas veces que adivinó sólo por el punto de libro que el hombre tenía marcado en ese momento, qué parte del libro estaba leyendo. En los ojos del hombre casi veía reflejado el texto que leía:”Me has hecho sentir una fatiga de amor desconocido… ahora ya sé que si no te tuviera seguiría amándote… Lo he comprobado al tenerte sin tenerte”.
En ese momento, el hombre dejó escapar una lágrima que en un instante se convirtió en un río de emoción descontrolado. Ella no sabía lo que hacer, pero entendía perfectamente lo que estaba sintiendo aquel hombre. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y notó como el corazón se le ensanchaba físicamente. El hombre cerró el libro. En aquel momento el Mar Mediterráneo era el fondo de la ventana del tren. Con la mirada perdida, él fijó su vista en el horizonte, ella recostó su cabeza en la ventana mientras, sin darse cuenta, buscaba los ojos de él en el reflejo del cristal. El sol, que en ese momento se disponía a darse un baño nocturno, fue el eje de encuentro de ambas miradas.
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